Diario de Planck... (Día 1)

Aquella noche me levanté de madrugá, a eso de las 4,00 h. más o menos, según mi reloj flig-flag. Tenía musha sed, había cenao kilo y medio de bacalao ar pil-pil y cuarto y mitad de mojama de Barbate, y la garganta me pedía su poquito de sumito de melocotón fresquito. Me dirigí ar frigo y entonces la ví: una cucarasha tamaño familiar deambulando por la sala de estar de la nave. Una cucarasha negra, con su exoesqueleto resplandesiente y su click, click, click carasterístico, husmeando en los rincones y relamiendo los restos de berza de las paredes. Yo la miré, ella me miró con sus ojitos negros, y por esas cosillas tan curiosas que tiene la vida acabamos hasiendo er amor desenfrenadamente hasta artas horas de la noshe (no sabía lo que daban de sí unas antenas y un poco de imaginasión).

Lo peor de tó es que, cuando abrí mis tres ojos por la mañana, mi querida amante ya no estaba. Se había marshao sin despedirse, sin un adiós... sin un besito. Lloré. Lloré musho. Lloré tanto que me descuidé un momento y cuando me dí cuenta había allí tres shavales chicos bañándose con las corshonetas, los manguitos y tor tinglao... valiente shavalerío... sinvergüensas.

Pero Planck es un ser mu valiente (en er colegio lo llamaban er "Trescohones", con eso te lo digo tó), y por eso orvidé rápidamente er rechaso sentimental y me dirigí a cunplí las órdenes que er Comité de Sabios der planeta Subnormálider IV tenían prepará pa mí. Eran mu sensillas: Grabar en un radiocassete o, en su defecto, en un video beta (se puede apresiar la avansada tecnología de mi mundo), er testimonio de un ser humano auténtico, Disho y hesho.

Bajé a la calle, pero allí había menos gente que en er cumpleaños de Damien. Tenía la nave aparcá en un descampao, y eso dificurtaba las cosas. Pero, ¡ja! nadie puede con er gran Planck: mi ojo penetrante (o penetrator of ojete en inglés) captó, en la distansia, la figura de un cerebeloide antropomorfo, o lo que es lo mismo, un gashó. Me acerqué lentamente, con la grabadora en la mano...

-Por favó, humano... -le asalté de repente-. ¿Tú poder dirigir alguna palabra a mí? No sé... ¿Tú qué soler ingerí pa tené ese buen aspecto?

Éste es su testimonio. Dura 10 segundos, asín que echadle un ojito, casho flojos:

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No entendí mu bien sus palabras en un primé momento, pero lo más importante era que ya tenía la grabasión completa. Estas pocas palabras der enganchao serían objeto de estudio en mi planeta. Se abriría un departamento completo pa analisá cada sílaba, pa estudía la entonasión, pa valorá er mensaje... Había hesho mu bien mi trabajo, sólo me quedaba averiguá por qué er individuo apestaba horrores a vardepeña con Casera y por qué tenía los ojos inyectaos en sangre.

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Llegué a casa tarde, terminando ya er "Diario de Patrisia", y me preparé una olla de potaje con tó sus avíos, no quería hase una cena demasiao pesá. Cené, me hise las planchas en las ingles y me fuí a la cama cuando ¡sorpresa! la cucarasha estaba allí tendía, con un picardías puesto y un preservativo en la boca. No dijo una palabra, pero en er suave movimiento de sus antenas pude leer: hasme er amó como si fuera esta noshe la úrtima vez...

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Aquella noshe se hiso er amor con musha pasión. Ella gritaba, yo cantaba Ave María de Bisbal. Ella me daba cashetes en er culo, yo tocaba la pandereta. Ella terminó antes que yo, pero yo terminé antes que ella... Lo mejón de tó fue que luego se quedó a dormí. Fue una compañía mu agradable: ella, yo y er Gusiluz. A la mañana siguiente, cuando desperté y la ví espachurrá contra la sábana con tó la sangre y las tripas desperdigás, recordé lo musho que yo me movía en la cama de noshe y supe, con un escalofrío que me recorrió la esparda y me hiso cosquillitas en los huevesillos, por qué la cucarasha no había querío quedarse a dormí cormigo la primera vez.

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En fin, la vida es asín.

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No lamento la pérdida... tengo más sábanas en er armario.

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FIN DER MENSAJE...

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(continua en "DÍA 2")